lunes, 31 de agosto de 2009

Buscando.

Buscando entre mis papeles viejos, esos que siempre están debajo de la cama con alguna que otra tela de araña, he recobrado una vieja poesía que escribí hace ya casi veinte años y que ahora se me antoja dejar por aquí:

En la soledad miro las estrellas
que tililan nítidas en el cielo,
todas tienen un brillo especial
pero a ti, a ti no te veo
y quiero decirte al oído
lo que nunca te dije abuelo
quizás, no tenía palabras
quizás, me sobraba el miedo
y aunque lo demuestre poco
tú sabes que te quiero
y siempre contaré con orgullo
que yo un día fui tu nieto
y tú, desde allá arriba
siempre serás mi abuelo

A mi abuelo Manolo

sábado, 29 de agosto de 2009

Otro monstruo


Parecía ya olvidado el monstruo de Amsteten, ese austríaco desquiciado con su casa de los horrores particular, y ahora aparece otro elemento parecido en su maldad. Se llama Philip Garrido, vive en California y está acusado de secuestrar a una joven de once años y mantenerla en el patio de su casa durante dieciocho. Entre las acusaciones está la de secuestro, violación y abusos sexuales a esta niña ahora con veinte y nueve años y con la que ha tenido dos hijas. Dieciocho años viviendo en el patio trasero de una casa y siendo constantemente violada por un endémico sádico que no merece otro sino que el que le impongan y tenga que cumplir por imposición del tribunal que lo juzgue.
¿Cómo puede llegar el ser humano a degradarse de tal manera que prive de la oportunidad de vivir a otra persona?, ¿tenemos acaso seis vidas para poder desperdiciar una con ensayos y vivir las restantes como debe hacerse con la única que tenemos?, ¿no nos hemos dado aún cuenta que sólo contamos con unos pocos años para hacer todo lo que quisiéramos hacer en esas seis vidas?
Quizás algún día nadie tenga que sufrir las desquiciadas locuras de gentes insensatas porque todos entendamos que sólo es un puñado de años los que nos quedan por vivir.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Guerrilla




Descendió la ladera a toda velocidad intentando ocultarse de sus perseguidores. La adrenalina le cabalgaba por la venas al ritmo que su corazón desbordado le ordenaba. Quitó el dedo del gatillo y se relajó detrás de una gran piedra. Sabía que ese no era un lugar adecuado porque no protegía todos sus flancos pero debía dar una tregua a su cansancio. Tomó aire y decidió cubrirse tras unos bidones caídos. Antes que pudiera abandonar el recoveco de la piedra oyó como dos de sus enemigos hablaban acercándose, los tenía tan cerca que casi podía oler el acero de sus armas. De pronto todo se quedó en silencio, sólo el silbido del viento contra la roca. Sus pulsaciones volvieron a hervir. Una sombra corrió por delante suya. El silencio quedó quebrado por un disparo certero que le dio en el pecho. El olor a pintura del proyectil que chocó contra su chaleco inundó el recoveco de la roca

domingo, 23 de agosto de 2009

Alberti y su destierro


Canción 5

Hoy las nubes me trajeron,
volando el mapa de España.
¡Qué pequeño sobre el río,
y qué grande sobre el pasto
la sombra que proyectaba!

Se le llenó de caballos
la sombra que proyectaba.
Yo, a caballo, por su sombra
busqué mi pueblo y mi casa.

Entré en el patio que un día
fuera una fuente con agua.
Aunque no estaba la fuente,
la fuente siempre sonaba.
Y el agua que no corría
volvió para darme agua

domingo, 16 de agosto de 2009

lunes, 10 de agosto de 2009

El valor de la vida


Partió el cielo en mil pedazos y su luz cegó al pequeño nipón que miraba desde la ventana de aquel gigantesco rascacielos. El niño comenzó a contar para sus adentros, como lo hacía cuando sus padres repartían las golosinas entre sus hermanos, y al contar la tercera que caía en la bolsa que pendía de sus manos se dejó descolgar desde el cielo un ruido atronador que hizo temblar los cuadros que tenía en sus paredes. El pequeño dejó de contar las chucherías y al saber que antes, en el anterior rayo, había contado más de lo que lo había hecho en esta ocasión, se retiró del cristal a toda velocidad, sorteando su cama y cientos de coches micros que se desparramaban por el piso, corriendo hacia el cuarto dormitorio de sus padres, ayudado por la luz refulgente de otro rayo. Comenzó a contar de nuevo pero esta vez no fue capaz de contar sólo dos gominolas y otro retumbar de tambores descargó sobre la selva de rascacielos. El pequeño aceleró su paso lanzándose a la cama entre sus padres, se acurrucó entre ellos y cerró los ojos. Otro niño, en los arrabales, era arrastrado por el agua.

jueves, 6 de agosto de 2009

60 Años y todo sigue igual


Son ya sesenta años los que han pasado de aquel fatídico día en el que una bomba atómica destruía la vida en Hiroshima y parece que aún no se ha aprendido nada. Quizás sea el ser humano el animal ese del que hablan que tropieza con la misma piedra dos veces y por ese motivo, desde el lugar que quedó reducido a cenizas, nos lo vuelven a decir, que no se repita más la desolación que produjo ver una ciudad reducida a escombros y cenizas, sin más vida que la de la propia muerte.
Pero los que tienen poder no aprenden, ni nosotros, que no tenemos sino nuestra propia vida por bandera, se lo hacemos ver. ¿Qué hace falta para que el mundo se levante de una vez contra todo aquellos que nos puede quitar la vida simplemente con dar una orden? Creo que esa respuesta la tenemos cada uno en nuestro interior, lo único, extraerlo de nuestro cuerpo como cuando nos sacan una muela y dar a entender a esos que se dicen conductores del mundo que no queremos más despliegue militar por el mundo, ni que se invadan países por el simple motivo del dinero y del poder, que no se destruyan más vidas y por supuesto QUE NOS DEJEN EN PAZ.

sábado, 1 de agosto de 2009

Desolación

Entró en el patio de aquella desvencijada casa de dos plantas detrás del dueño de la que podía ser su residencia en aquellos futuros días. Su pequeño, de la mano, era más bien arrastrado que guiado tras la estela del anciano que ya comenzaba a abrir la puerta. Enganchados a las rejas de seguridad que bordeaban el patio de la planta superior, los vecinos de la segunda planta hablaban entre ellos acerca de la nueva inquilina. El color de su piel fue el primer blanco al que dispararon sin considerar la presencia ni de ella ni de su chiquillo; el segundo blanco no fue sino el ennegrecido cuerpo de la nueva inquilina al que le cayó una lluvia de escupitajos que ni el Katrina en su recorrido americano. Ni uno sólo de aquellos insultos lanzados desde el cielo cayeron en el cuerpo inocente de la madre que dio un último empujón a su hijo que casi arrolla al anciano al salón. Un vistazo a aquellas escuetas habitaciones, tan rápido como su último empellón a su hijo para entrar en la casa, para decirle al pobre anciano que no era de su gusto aunque le costase más decirle un “no” a Tomás que entender la actitud grotesca de los que nunca podrían se sus vecinos, de aquellos animales encerrados en cuerpos de personas sin corazón. Sin decir más y aunque aquella casa podría ser más de lo que podría encontrar, le pidió al longevo hombre un paraguas que colgaba de una silla cerca de la puerta de entrada a la cocina y se despidió cortésmente de Tomás. Abrió el paraguas al salir y cobijó a su hijo bajo él. Sintió como el katrina descargaba otra vez con rabia.