Es la desgracia que se cierne sobre esta España descarriada por
los cerros de Úbeda (o por los cerros de Taunus, como diría la führer
alemana). Es la desventura convertida en
desazón al comprobar que los dos partidos mayoritarios se ríen, a la par, de millones
de indignados que comenzamos a asumir
que lo más inmediato en nuestro horizonte es el hambre.
Dos grupos políticos que no se pondrían de acuerdo ni en
decidir el color de la mierda. Gentes a las que ni les va ni les viene el
futuro de esta región. Cuando unos están
en el poder son los otros los que se llevan las manos a la cabeza por cada una
de las medidas que se aprueban y así, de la misma manera, a la viceversa. Leyes
antisociales siempre con la idea de acabar de enterrar a la clase trabajadora. Son políticos que no tienen palabra ni
conciencia, gentes a las que les importa más su bienestar que la del pueblo que
le otorgó ese poder.
Tan injusta son estas leyes que nos rigen como el rosario de
delitos que se cometen sin condena. Aunque, en esta España bipolar, varía si esa infracción la hace un hombre de a pié o lo
hace un magnate del poder. Si yo no pago la hipoteca a un banco (al que el
Estado (yo) ha ofrecido 20.000 millones de euros para salvar el boquete que
dejó el presidente) me vienen cincuenta guardias civiles, a los que se les va a
retener el irpf de una nómina que no van a cobrar, y me arrojan de la casa. Si
mi corazón se torna sentimental y no quiero abandonarla me regalan unos cuantos
mamporrazos quitapenas que alivian el malestar, eso sí. Ahora, si la liga de
fútbol debe 750 millones de euros a hacienda no pasa nada. Ni se embargan
estadios, ni se retienen las cuentas, ni
se venden los jugadores para redimir las deudas.
Va siendo hora de que los nuevos individuos que van emergiendo en esta sociedad no se dejen
infestar por la nefasta praxis de este bipartidismo bipolar.