domingo, 14 de marzo de 2010

Cegado


El encuentro había sido precalentado desde varios días atrás. Rafael llevaba la cabeza como una jaula de grillos después de haber escuchado a su mujer sumiso como un gato de Angora. Entró en aquella casa como un poseído, como un animal herido, como un perro rabioso buscando una presa donde saciar su maldad y la encontró. Sentada en su silla de enea de siempre, Carmen cosía los agujeros de un calcetín gastado por el tiempo. La sonrisa que asomó a sus labios al verle se tornaron lágrimas que salían de su corazón al recibir de Rafael una tronada de insultos y sentencias firmes, de amenazas descerebradas para que dejase en paz a su mujer, para que no se mofase más de ella.
Carmen intentó levantarse para pedirle una explicación pero lo único que consiguió fue un empujón que la dejó sentada en el suelo. Rafael salió triunfador de la casa, buscando la mirada de su esposa que la esperaba en su coche. La besó y la miró con esos ojos sumisos que siempre le regalaba cuando hacía algo que ella le imponía.
Sólo cuando Carmen abrió la puerta para despedirlo, como hacía siempre, Rafael sintió que aquella mujer que lloraba desconsolada era su madre.