Entré en la casa y lo vi cabizbajo, como nunca antes lo había visto, sentado junto al sofá, cuando siempre venía a recibirme a la puerta y me lanzaba una sarta de esos besos que sólo él sabe dar. Pensé rápido en si me había visto desde la ventana acariciar el cuero cabelludo ennegrecido y lleno de bucles del vecino. Quizás hubiese sido eso, pero ¿celos?. Intenté calmar la situación y lo llamé para que se acercara a mí pero ni siquiera me saludó, volteó la cabeza y se fue a su cama. Entré en su habitación y estaba recostado en la cama, mirando a la pared. Intenté acercarme y acariciarle su bello pelo pero ni siquiera me miró. Lo llamé por su nombre, como nunca antes lo había hecho porque siempre me dirigía a él con diminutivos cariñosos, pero ni aún así me dirigió una de sus miradas tiernas. Desesperada, acaricié su barriguita y busqué la zona de sus genitales pero ni siquiera eso. Musto se reincorporó y se fue hacia la puerta de la habitación. Una vez allí me miró con ojos entristecidos y después de ladrarme se marchó. Miré al techo y pensé "nunca entenderé a los perros".