lunes, 16 de mayo de 2011

Buscando amistad.

Tuve que trasladarme por trabajo a un pequeño pueblo de la provincia. Un pueblo de esos que casi todos saben de todos; de esos que aún guardan la fragancia del campo en sus calles; de esos en los que en cada esquina hay un anciano con ganas de decir “buenos días”. Me alojé en un barrio tranquilo, como casi todos los de aquel pueblo, con gente sana que pronto conocí.

Lo más curioso de todo aquel pueblo era un hombre que podía estar ya jubilado, por las arrugas que definían su cara rechoncha. Sus ojos caídos, su media sonrisa y su saludo con la mano me decían que podía ser muy buena gente, aunque me extrañaba que siempre estuviera solo. Cada vez que pasaba por aquel mismo árbol de ramas fuertes y poderosas me lo encontraba, a uno o a otro lado, con la misma sonrisa dibujada en su cara. Ya podía ser de noche, en la mañana o en la tarde, siempre estaba allí.

Una mañana, recuperando periódicos viejos para pintar el hueco de la escalera, encontré una noticia de hacía 4 meses. En ella decía que no pudo soportar más su soledad y que decidió quitarse la vida ahorcándose en un árbol del municipio. En la foto, un hombre de cara rechoncha, ojos caídos y media sonrisa.