sábado, 18 de junio de 2011

Soldedad


Me senté en aquel banco que me sentía día tras día desde que conocí a Pepa en aquel hospital. A las puertas del asilo, la esperaba impaciente para dar nuestro paseo diario y conocer más de sus historias pasadas.

Mientras esperaba recordé el día que la conocí. Pepa deambulaba sola, perdida por los laberínticos pasillos de aquel odioso hospital, sorteando las torpezas de su avanzada edad, buscando ciega la sala de oncología. Tenía cáncer.

Recuerdo que, mientras la acompañaba cogida a mi brazo, le pregunté por qué venía sola. Ella, reflejando en sus ojos una tristeza suprema, me dijo que sólo tenía un hijo y que su mujer, su nuera, le había dicho que no quería malgastar una vida cuidando a una anciana. Me contó que estaba sola desde que su marido falleció y que su hijo ni siquiera sabía de su enfermedad. Su vida se centraba en la soledad de aquel asilo.

Llevo viniendo a este banco hace ya casi cuatro meses y ayer me dijo Pepa que yo para ella era como un hijo. Ayer, cuando se despedía, me miró con unos ojos repletos de lágrimas de felicidad y una sonrisa que cubría toda su cara.

Pepa se retrasaba media hora y decidí preguntar al chaval que estaba en la sala de acceso al asilo. -¿Pepa?, me dijo el controlador, esa que decía que tenía otro hijo.......murió anoche.

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