lunes, 10 de agosto de 2009

El valor de la vida


Partió el cielo en mil pedazos y su luz cegó al pequeño nipón que miraba desde la ventana de aquel gigantesco rascacielos. El niño comenzó a contar para sus adentros, como lo hacía cuando sus padres repartían las golosinas entre sus hermanos, y al contar la tercera que caía en la bolsa que pendía de sus manos se dejó descolgar desde el cielo un ruido atronador que hizo temblar los cuadros que tenía en sus paredes. El pequeño dejó de contar las chucherías y al saber que antes, en el anterior rayo, había contado más de lo que lo había hecho en esta ocasión, se retiró del cristal a toda velocidad, sorteando su cama y cientos de coches micros que se desparramaban por el piso, corriendo hacia el cuarto dormitorio de sus padres, ayudado por la luz refulgente de otro rayo. Comenzó a contar de nuevo pero esta vez no fue capaz de contar sólo dos gominolas y otro retumbar de tambores descargó sobre la selva de rascacielos. El pequeño aceleró su paso lanzándose a la cama entre sus padres, se acurrucó entre ellos y cerró los ojos. Otro niño, en los arrabales, era arrastrado por el agua.

3 comentarios:

  1. Las diferencias sociales siempre son tristes e injustas, pero lo es más, cuando de ellas no sólo depende que puedas comprarte un coche último modelo o de segundo mano, o puedas llevar ropa de marca o no, lo verdaderamente triste es cuando las diferencias sociales permiten que niños vivan sobre algodones, y otros mueran entre mugre. Bonito, real y triste relato. Besos.

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  2. Un relato real como la realidad que estamos viviendo en este mundo bueno para unos y muy cruel para otros, muy bueno el relato amigo mio, besitosss con cariño

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  3. Es del todo injusto.
    El interés, el poder y la ifluencia de una minoría opone una frontal resistencia a que la inmensa mayoría emerja. No interesa. ¿Podemos ser más crueles?
    Un cordial abrazo Tommas.

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